Grietas en una educación a medias

Escuela Logré comunicarme con la directora de mi futuro colegio. Sí. El terremoto sacudió con fuerza al José Abelardo Núñez, en Huechuraba (Santiago, Chile); removió su techo y agrietó varias paredes. Este lunes –día pronosticado para iniciar el año administrativo- será, más bien, una tensa jornada donde se medirán daños y se sacarán cuentas no tan alegres. Un grupo de arquitectos y maestros evaluarán las secuelas del seísmo. La orden de la dirección es, por tanto, que nadie entrará al colegio sin que se tenga claro cuánta seguridad dan esos muros.

El peor escenario comienza a instalarse. Porque si la cuadrilla de técnicos recomienda reparar o simplemente, volver a construir parte del establecimiento, el año escolar se atrasará más allá de lo decretado por la Moneda. Es decir, los niños no se sentarán en sus bancos y sacarán sus cuadernos antes de las próximas semanas. Una tragedia. El calendario escolar ya está tenso entre la planificación de los cursos, las efemérides de este bicentenario y los partidos del Mundial. Agregarle tiempo para la reparación será rebalsar un estrecho recipiente.

Pero la lógica pos trauma supone asumir como cierta la peor de las posibilidades. Entonces, tendremos un inicio de clases retardado, aturdido e inundado por la peor de las tragedias del último tiempo. No me refiero exclusivamente al terremoto 2.0 del fin de semana; sino también a la educación que llena a medias las salas de clase. Grietas más, grietas menos; antes del 27 de febrero la enseñanza escolar en Chile andaba coja, con profundas desigualdades y pésimas terminaciones. Y el problema es sistémico, complicado, lleno de aristas y recovecos. Repleto de capas. Como las que se movieron ahora.

Queda en suspenso lo que digan los expertos mañana; y está por verse cómo los expertos asumirán la tarea de emparejar y pulir la educación chilena para que los mismos niños salgan más sólidos. La reconstrucción, sin duda, será una pega que nos tocará a todos.      

Primera lección antojadiza: “Profesor vende horas vacías”

checklistLa cuestión es central. Todo profesor debiese tranzar horas sin clase por dinero bien pagado. Y digo “horas vacías” porque si alguien observa cualquier horario de profesor, notará que ciertos bloques no tienen curso ni asignatura. El cuadrado de la planilla está vacío. Cuando el reloj marque el inicio de ese período, el docente no estará delante de un curso. Podría encontrarlo en la mítica “sala de profesores”. Algunos pocos tienen oficina, porque, para la mayoría, la oficina es su sala de clases.

¿Haciendo qué si no es dictar clase? Pararse y enseñar, estimados, es la punta de un iceberg pesado y desfigurado. Y mucho de ese cuerpo helado y traslúcido a medias tiene que ver con un proceso metódico. Pesado, igual que el iceberg de la metáfora. Me refiero a la planificación y sus derivados. Si enseñar es comunicar y modelar hábitos intelectuales; hacer clases se convierte en una reunión planificada, donde cada paso de la negociación alumno-profesor (“pongo atención si me interesa” versus “te paso esta materia porque la consideran relevante”) está regulada.´

¿Quién diseña la “negociación” y el “intercambio” entre el profesor y el alumno”? Hay varios actores reguladores, pero en último término es el mismo profesor el que debe fijar los pasos, los plazos, las causas y sus consecuencias. Algo que toma bastante tiempo –más que, por ejemplo, los 45 minutos de una clase lectiva- y que por extrañas circunstancias no se considera. Y me atrevo a concluir que en toda la repetitiva discusión sobre medidas para mejorar la educación, un asunto queda fuera, sobrepasado por las demandas y las exigencias: el profesor necesita horas exclusivas para planificar. 

¿Enseña qué?

blackboard

Enseña Chile. A qué te dedicas, me pregunta la vendedora de seguros. A enseñar, respondo. Entonces, ¿eres  profesor?, dispara (como si la conclusión fuera obvia, 1+1=2). No, le digo, porque no estudié pedagogía. Tampoco hago clases. En cambio, me dediqué a estudiar la madre de todas las ciencias –sin ser una de ellas- y luego pasé al oficio más despreciable y despreciado: el de periodista. Seguro, Mónica –así se llama la “ejecutiva” de ventas- se pasa el rollo completo y piensa mientras sonríe por costumbre: este tipo se pregunta tonteras y luego se las pregunta a los demás. Un cero a la izquierda solucionando y ciento por ciento dedicado a complicarse la vida. Sí, le respondo. Todo eso y mucho más.

Cuéntame, sigue Mónica, qué esto de Enseña Chile. Parto precisando que no es mi empleador y no firmará mis liquidaciones de sueldo. Es, digamos (muletilla que anticipa explicación complicada), un mediador que piensa. Cómo así. Piensa porque tiene claro cuál es el problema y su solución; y mediador porque une a tipos como yo que quieren enseñar –así de simple-, y colegios dispuestos a probar una salida intermedia al lío éste de la educación. Una salida alternativa. Un factor diferente. Una varilla que se cuela y se mete en los engranajes. Una bomba de ruido.

Luego, te contrata un colegio. Así es, respondo. Trabajo como cualquier profesor, haciendo la pega que todo profesor hace: impactar en la sala de clases. Porque de algo estoy seguro: buenos y malos profesores siempre impactan. Los malos, hacen que sus estudiantes odien la materia. Los buenos, no tanto que la amen (hay, por cierto, honrosas excepciones) pero que sí la encuentren lógica y necesaria. Incluyendo, también, a la Filosofía. ¿Cuándo algo ajeno se vuelve necesario? Precisamente cuando hay hambre  de eso algo. Quiero ser, le digo a Mónica, un “hacedor de apetito”. 

Un domingo cualquiera.

Probando, probando, uno, dos, tres. Probado. Esto funciona. Alguien está sentado, frente a la pantalla y espera. Otro, en algún lugar del mundo, también espera frente a la pantalla. Veamos cómo nos va con esto. Prometo posteo. Pronto.